viernes, 8 de junio de 2012

Hablando de resiliencia

Hasta hace muy poco no conocía la palabra "resiliencia", la leí por primera vez en un blog relacionado con adopción, y a partir de ahí, esta palabra ha pasado a formar parte de mi vida, casi todos los días la encuentro en la información que busco sobre el tema, en los blogs que leo. Resiliencia, la capacidad de las personas para sobreponerse a períodos de dolor emocional y traumas, capacidad que se prueba en situaciones de fuerte y prolongado estrés, como por ejemplo debido a la pérdida inesperada de un ser querido, al maltrato o abuso psíquico o físico, al abandono afectivo, etc. Podría decirse que la resiliencia es la entereza más allá de la resistencia, la capacidad de sobreponerse a un estímulo adverso.

De pronto me he dado cuenta que el concepto siempre ha sido parte de mi vida, aún cuando no pudiera ponerle un nombre en mi mente. De inmediato pensé en la historia de mi abuela materna, una mujer que fue una guerrera. Casada con el abuelo fueron felices y tuvieron muchos hijos, pero la historia cambió inesperadamente, el abuelo murió sorpresivamente en circunstancias muy dolorosas. Ya sé que todas las muertes son dolorosas, pero hay algunas que tienen elementos que las hacen aún más dolorosas. Y entonces mi abuela se quedó viuda, a los 34 años, con siete hijos, la más grande de once y la más pequeña, mi madre, con tan sólo unos meses. Se quedó sin casa y sin medios para mantener a su familia. No sé si fue en ese momento que sacó fuerzas de flaqueza o era algo que ya traía en ella, puso una casa de huéspedes y así, con muchos aprietos, pudo sacar adelante a sus hijos.

La abuela que yo conocí era una mujer sumamente alegre, siempre llena de ideas, de amor y ayuda por los otros. De chica recuerdo que las nietas íbamos con ella a la cárcel de mujeres, ahí hacíamos manualidades con las presas. O cuando, mujer de profundas creencias religiosas, preparaba niños de una escuela de bajos recursos para hacer su Primera Comunión y organizaba a toda a familia para preparar un desayuno para que estos niños pudieran celebrar. Le encantaban las fiestas de fachas, nada la hacía más feliz que reunirnos a todos y vestirnos de fachas o hacer fiestas de disfraces. Y qué decir de nuestras Navidades, todos los tíos y primos reunidos comiendo su delicioso bacalao. O cuando en una feria puso un stand con la preciosa bisutería que hacía, y nos contrató a las nietas para que le ayudáramos a confeccionar las piezas, no sé qué tanto habrá vendido, las nietas lo pasamos bomba. Con ella aprendí el valor y el significado de la unión familiar, de la solidaridad, de las tradiciones. Son muchos los recuerdos y hoy le quiero agradecer habernos dejado ese ejemplo de lucha, de entrega, de amor incondicional y de fortaleza para sobreponerse a grandes adversidades. 

En mi familia nos encantan las fiestas, herencia directa de la abuela. Y aunque ella nos dejó muchos años antes, el día que ella hubiera cumplido 100 años nos reunimos toda la familia a festejar.  

Uno de mis hermanos preparó este precioso video:


Y mi prima María Antonia escribió esta maravillosa semblanza que describe a la abuela tal cual fue:


"Yo no sabìa que había tenido una abuela guerrera y que su armadura estaba llena de sabores de antaño, aroma de bacalao, ayocotes y chiles chilpotles, fragancias de coco y dulce de leche. Yo no sabía que en sus andares se había robado el azul del cielo mediterráneo aunque nunca conoció España. No sabía ni siquiera que había sido una guerrera. Ella que salía de su casa sòlo para ir a misa y comprar la fruta fresca en el mercado. No sin antes pasar a comprar telas para confeccionar disfraces. Yo no sabía que en algún lugar de la tierra existían la derrota, el fracaso y la tristeza, porque yo siempre vi en ella esperanza, sueños y ternura. Yo no sabía que los guerreros también cosen en la madrugada y preparan fresas y que gran parte de las verdaderas batallas se libran en las casas y no en los campos como me hicieron creer. Yo no sabía que los héroes no son sólo los de los monumentos de hierro y cobre, los que salen en los libros y dan sus nombres en forma repetida a las calles y avenidas. 


Era tal vez muy chica cuando todos los veranos y vacaciones me iba a casa de mi abuela que siempre tenía un tiempo para mí y un regalo que ofrecerme, que luchaba a brazo partido porque nunca faltara en la mesa el plato correcto, el guiso elaborado, el recipiente agradable y que le gustaba ver su mesa como si se tratara de un hermoso jardín. Aunque eso implicara trabajo y esfuerzo. No sabía, que más tarde crecería en mí una obsesión por las bodas y las manifestaciones del amor en todas sus expresiones. Y que yo también lucharía por ver en mi mesa aquellos platillos de entonces. No lo sabía de veras. Tampoco que a pesar de las licenciaturas y mi papel de mujer moderna y liberada, lucharía por tener en la mesa fresas recién cortadas, y me atrevería a recorrer caminos, escalar montañas, desafiar los mares, con tal de conseguir un racimo de uvas, un pescado fresco y unas aceitunas.


Fue ya de grande cuando supe que ella libró su primera gran batalla en una Puebla conservadora que nunca reconoció del todo la muerte súbita de su esposo. Aquel que la dejó con siete hijos que sacar adelante. A ella, una mujer educada a la antigua que no conocía otra labor que la de la casa y la cocina, a ella que nunca dejó de rezar y de agradecer el pan nuestro de cada día, y que tuvo que luchar para que fuera enterrado en un panteón católico.


Claro que no lo supe, porque nunca hubo en ella el menor asomo de autocompasíon y de fracaso, y en sus pláticas y su hacer, siempre estuvo presente el volver cada día en algo extraordinario. 


Nunca me puse a pensar en cómo vivió su soledad de joven viuda, y cómo no enloqueció entre sus siete hijos y una casa de huéspedes. Nunca me pregunté cómo le quedaba paciencia para tanto guiso y tanta fiesta. Sólo las dejé pasar como esa parte de mi infancia que me ha permitido enfrentar la vida con ánimo de gozo, que me ha dejado reírme tanto en los funerales como en las Navidades. Recordar las cosas buenas de la gente, y no darle alas a los rencores y los sinsabores. Es por eso, supongo, que no lo sabía. 


Hoy, habiendo cursado dos carreras universitarias, sé con certeza que los guerreros no sólo son como los pintan. Pienso, que aunque no haya en toda mi ciudad una avenida o un parque con su nombre, este país debería voltear más seguido a ver a sus héroes desconocidos, los que libran batallas sin asesinar a nade, sin pasar por encima del otro. Los que en lugar de devorarse a sus hermanos les preparan un mole o un arroz adobado, y esperan recibir a los suyos, o a los otros, con una sopa caliente y una sonrisa. Y tal vez, con el sabor suave de una rica cocada, con la paz y el calor de una sopa de lentejas, con el olor inconfundible de un buen bacalao, habría menos traición y menos miseria. A ellos es a los que habría que darles medallas y honores. 


Ahora que sí sé todo eso, me alegra estar compartiendo sus primeros cien años, en ésta su presencia ausente. Devoro con placer y gozo las hojas amarillentas de sus recetarios. Algunas escritas a mano, otras a máquina, en las que aún no se incluye la jota en xitomate. No hay medidas exactas más que las del propio sazón, aprendido en la batalla de la cocina, donde el cálculo estratégico siempre es un azar, pues todo puede suceder ante la sorpresa de combinaciones, texturas y aromas. 


Intento hacer aquellos buñuelos que cada diciembre se rompían en mi boca, y me estallaba el sabor del anís, entre turrones y almendras. En el transcurso de interminables pláticas en esa mesa llena de flores y platos de porcelana. 


Doy gracias por haber tenido el privilegio de haber sido parte de esos incontables aromas y sabores, del amor por lo vivo. Y pido a esa guerrera, que donde quiera que esté, sepa que su lucha por ganar la batalla de la vida, no fue vana ni absurda". 









4 comentarios:

  1. Llega tanto al alma!! me encanta leer estas historias... me demuestran lo que digo siempre"Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da, nada es más simple, no hay otra norma, nada se pierde todo se transforma" (Drexler) y el amor indudablemente SIEMPRE se transforma en amor!!!

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    1. Así es Patri, fue un privilegio haber crecido con una mujer que nos dio tanto. Su lucha y su entrega las hizo parecer tan naturales, tan sencillas, que pensamos que así era como se vivía.

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  2. Me encantan las historias de mujeres guerreras, gracias por compartirla : )

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